Oficio de tineblas o cómo destruir una buena novela con una mala película
No sé cómo. La verdad es que debo admitir que tengo déficit de atención cuando se trata de letras impresas. Si un libro tiene más de 300 páginas me tardo muchísimo en terminarlo y me desespero enormemente. Es más bien cuestión de fuerza de voluntad y disciplina, sobre todo porque siempre en el camino de terminar un libro "gordo" se cruzan otros más flacos que hacen que se aplace todavía más el llegar a la palabra "Fin".
Pero con Oficio de tinieblas de Rosario Castellanos no podía dejar que esto sucediera. Quedé atrapado por la historia desde hace casi doce años:
Era en mi clase de literatura latinoamericana en tercero de prepa. Mi profesora nos contó la sinopsis: Una india chamula que siempre quiso tener un hijo, cuando por fin llega a su vida un niño ella se hace cargo de él como si fuera suyo. Pero los chamulas exigen sacrificar al niño más bonito y deciden que es el de ella. Si bien hay elementos que sí aparecen en la novela, hay partes que nada que ver con lo que me contó mi maestra, pero yo quedé enamorado de esta historia y me imaginaba una madre postiza dispuesta a todo por defender a su hijo de un rito anacrónico e injusto. La verdad es que la historia era otra... y yo también.
En estos doce años cuando iba a una librería buscaba el libro, y varias veces estuve a punto de comprarlo pero siempre se cruzaba uno más interesante, o más barato (o menos gordo). Luego me enteré de que se había hecho la película y nada más ni nada menos que con mi Julissa querrrida, así que cuando encontré el DVD (y por cierto costaba la mitad del libro) lo compré de inmediato.
Todavía me tardé en ver el DVD con la esperanza de que comprara antes el libro y lo leyera, pero una noche que vi el cerro de películas compradas sin ver, decidí depurar y empezar con Oficio de tinieblas.
Desde los primeros minutos estaba clavado, me encantaron los diálogos, las reacciones de sus personajes: Marcela aventando el dinero y rompiendo todo en la tienda, la voz y mirada como de piedra de Catalina encarnada por Mónica Miguel, la soltura y "buenaondez" de la Alazana (Julissa), la odiosa indolencia de Isabel (a Malena Doria siempre le dan papeles de perra maldita y le quedan súper bien). Claro, es que si en el libro las mujeres son las que destacan, en la película son lo único rescatable. Estaba yo tan alebrestado viendo el duelo entre Isabel y Julia, la Alazana que de inmediato apagué el dvd. "Mañana mismo me compro el libro y hasta no acabarlo no termino de ver esta película".
No fue al día siguiente, pero la semana siguiente estaba ya leyendo el libro. El primer pecado y de haber visto primero la película se hizo evidente: no podía dejar de imaginar a Julia como a Julissa, a Leonardo Cifuentes como Enrique Lizalde y a Idolina como Lupita Lara. Curiosamente con los chamulas fue diferente: me imaginé hombres y mujeres con más expresión, con rostros que mostraban más sufrimiento, frustración y dureza.
De todos modos, fue algo totalmente diferente: Rosario te mete desde la primera página en la selva húmeda y llena de niebla de San Juan Chamula, te invita a pasar a las chozas rociadas de juncia, olores fuertes y caras curtidas por el trabajo duro y la sumisión. Eso adicional a los conflictos personales que tenemos todos. Por otro lado están los "coletos", habitantes ladinos –de piel blanca– de Ciudad Real, es decir el San Cristóbal de las Casas de los años 40.
Platicar la historia para mí es difícil porque me cuesta un buen dejar de largo detalles específicos de la historia. Puedo decir, en cambio, que es una novela con un desgarrador retrato de la diferencia de creencias, valores morales, sociales, económicos y demás –que siempre sabemos y si no, nos lo recuerdan– que existen entre las comunidades indígenas y sus explotadores. Eso no es nuevo, y tan no lo es, que Chayo Castellanos se inspiró en un levantamiento chamula que ocurrió en el siglo XIX. Lo que realmente me interesó es esta visión en la que los indígenas no son estos entes que conocemos en los chistes como "el indito" o que AMLO pone como la gente noble que dice "sí siñoooor" a todo sino como esta sociedad humana con defectos y virtudes (con amor y desamor) que sigue dormida y al mínimo despertar vuelve a caer ya sea porque la reprimen o porque sola aún no puede levantarse. En general los personajes son realmente apasionantes, no hay héroes, no hay un protagonista que realmente destaque sobremanera (la protagonista podría ser Catalina Díaz-Puiljá pero se mantiene en un perfil muy parejo con respecto a Leonardo Cifuentes, el cacique frío y calculador, Fernando Ulloa, el funcionario que llega a restituir las tierras a los indios, Idolina, la hijastra de Leonardo que lo desprecia y se hace la enferma para castigar a su madre, o Julia, la esposa de Ulloa. Todos pasan de un momento a otro de héroes a villanos y uno no puede más que asistir con espanto o admiración a cada una de sus acciones. Conforme avanzaba la lectura, la historia me llenaba el corazón de tristeza, después de estupor y al cerrar la última página, de algo que no puedo describir aún, no me hace feliz pero me da mucho gusto haberlo recibido.
Cerré el libro y acto seguido puse la película donde me había quedado. ¡No! ¡Qué horror! me pareció pésima, mal actuada, mal adaptada, triste, infantil, barata. Los personajes reducidos a bueno-malo-pendejo. Julissa encuerada en primer plano y en desnudo total mientras Lizalde enseña la lonjita pero tapándose con la sábana "ahí" en una escena totalmente innecesaria. En las escenas de trance de Catalina, Mónica Miguel parecía que estaba bailando tribal con dolor de panza. La cueva, que yo la imaginaba obscura, pequeña pero llena de gente y humo del ocote, parecía como de pastorela de kinder y estaba más iluminada con los spots que afuera de la cueva en el día. Los extras, gritaban en pie de guerra y se morían con una torpeza tremenda y al final, Lupita Lara con su peluca de tianguis se pone a gritar como loca retorciéndose en la cama. Qué bueno que para ese entonces Rosario Castellanos ya se había electrocutado con la lámpara (la pobre, no quiero decir que qué bueno que se electrocutó sino qué bueno que la película no salió antes) para no ver lo que habían hecho con su novela.
En general me encantaría que la gente pudiera echarle un ojo a Oficio de tinieblas. Además de que es emocionante y tiene una complicidad con el lector inteligente, desentierra ese mundo que nos empeñamos en enterrar y separar: el indígena. En este mes de elecciones leer este libro fue mucho más fuerte para mí y me pregunto cuál sería el impacto en el país si todos pudieran entrar en contacto con una historia como ésta.
Pero con Oficio de tinieblas de Rosario Castellanos no podía dejar que esto sucediera. Quedé atrapado por la historia desde hace casi doce años:
Era en mi clase de literatura latinoamericana en tercero de prepa. Mi profesora nos contó la sinopsis: Una india chamula que siempre quiso tener un hijo, cuando por fin llega a su vida un niño ella se hace cargo de él como si fuera suyo. Pero los chamulas exigen sacrificar al niño más bonito y deciden que es el de ella. Si bien hay elementos que sí aparecen en la novela, hay partes que nada que ver con lo que me contó mi maestra, pero yo quedé enamorado de esta historia y me imaginaba una madre postiza dispuesta a todo por defender a su hijo de un rito anacrónico e injusto. La verdad es que la historia era otra... y yo también.
En estos doce años cuando iba a una librería buscaba el libro, y varias veces estuve a punto de comprarlo pero siempre se cruzaba uno más interesante, o más barato (o menos gordo). Luego me enteré de que se había hecho la película y nada más ni nada menos que con mi Julissa querrrida, así que cuando encontré el DVD (y por cierto costaba la mitad del libro) lo compré de inmediato.
Todavía me tardé en ver el DVD con la esperanza de que comprara antes el libro y lo leyera, pero una noche que vi el cerro de películas compradas sin ver, decidí depurar y empezar con Oficio de tinieblas.
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Las crucifixiones no volverán a ser lo mismo después de leer Oficio de tinieblas |
Desde los primeros minutos estaba clavado, me encantaron los diálogos, las reacciones de sus personajes: Marcela aventando el dinero y rompiendo todo en la tienda, la voz y mirada como de piedra de Catalina encarnada por Mónica Miguel, la soltura y "buenaondez" de la Alazana (Julissa), la odiosa indolencia de Isabel (a Malena Doria siempre le dan papeles de perra maldita y le quedan súper bien). Claro, es que si en el libro las mujeres son las que destacan, en la película son lo único rescatable. Estaba yo tan alebrestado viendo el duelo entre Isabel y Julia, la Alazana que de inmediato apagué el dvd. "Mañana mismo me compro el libro y hasta no acabarlo no termino de ver esta película".
No fue al día siguiente, pero la semana siguiente estaba ya leyendo el libro. El primer pecado y de haber visto primero la película se hizo evidente: no podía dejar de imaginar a Julia como a Julissa, a Leonardo Cifuentes como Enrique Lizalde y a Idolina como Lupita Lara. Curiosamente con los chamulas fue diferente: me imaginé hombres y mujeres con más expresión, con rostros que mostraban más sufrimiento, frustración y dureza.
De todos modos, fue algo totalmente diferente: Rosario te mete desde la primera página en la selva húmeda y llena de niebla de San Juan Chamula, te invita a pasar a las chozas rociadas de juncia, olores fuertes y caras curtidas por el trabajo duro y la sumisión. Eso adicional a los conflictos personales que tenemos todos. Por otro lado están los "coletos", habitantes ladinos –de piel blanca– de Ciudad Real, es decir el San Cristóbal de las Casas de los años 40.
Platicar la historia para mí es difícil porque me cuesta un buen dejar de largo detalles específicos de la historia. Puedo decir, en cambio, que es una novela con un desgarrador retrato de la diferencia de creencias, valores morales, sociales, económicos y demás –que siempre sabemos y si no, nos lo recuerdan– que existen entre las comunidades indígenas y sus explotadores. Eso no es nuevo, y tan no lo es, que Chayo Castellanos se inspiró en un levantamiento chamula que ocurrió en el siglo XIX. Lo que realmente me interesó es esta visión en la que los indígenas no son estos entes que conocemos en los chistes como "el indito" o que AMLO pone como la gente noble que dice "sí siñoooor" a todo sino como esta sociedad humana con defectos y virtudes (con amor y desamor) que sigue dormida y al mínimo despertar vuelve a caer ya sea porque la reprimen o porque sola aún no puede levantarse. En general los personajes son realmente apasionantes, no hay héroes, no hay un protagonista que realmente destaque sobremanera (la protagonista podría ser Catalina Díaz-Puiljá pero se mantiene en un perfil muy parejo con respecto a Leonardo Cifuentes, el cacique frío y calculador, Fernando Ulloa, el funcionario que llega a restituir las tierras a los indios, Idolina, la hijastra de Leonardo que lo desprecia y se hace la enferma para castigar a su madre, o Julia, la esposa de Ulloa. Todos pasan de un momento a otro de héroes a villanos y uno no puede más que asistir con espanto o admiración a cada una de sus acciones. Conforme avanzaba la lectura, la historia me llenaba el corazón de tristeza, después de estupor y al cerrar la última página, de algo que no puedo describir aún, no me hace feliz pero me da mucho gusto haberlo recibido.
Cerré el libro y acto seguido puse la película donde me había quedado. ¡No! ¡Qué horror! me pareció pésima, mal actuada, mal adaptada, triste, infantil, barata. Los personajes reducidos a bueno-malo-pendejo. Julissa encuerada en primer plano y en desnudo total mientras Lizalde enseña la lonjita pero tapándose con la sábana "ahí" en una escena totalmente innecesaria. En las escenas de trance de Catalina, Mónica Miguel parecía que estaba bailando tribal con dolor de panza. La cueva, que yo la imaginaba obscura, pequeña pero llena de gente y humo del ocote, parecía como de pastorela de kinder y estaba más iluminada con los spots que afuera de la cueva en el día. Los extras, gritaban en pie de guerra y se morían con una torpeza tremenda y al final, Lupita Lara con su peluca de tianguis se pone a gritar como loca retorciéndose en la cama. Qué bueno que para ese entonces Rosario Castellanos ya se había electrocutado con la lámpara (la pobre, no quiero decir que qué bueno que se electrocutó sino qué bueno que la película no salió antes) para no ver lo que habían hecho con su novela.
En general me encantaría que la gente pudiera echarle un ojo a Oficio de tinieblas. Además de que es emocionante y tiene una complicidad con el lector inteligente, desentierra ese mundo que nos empeñamos en enterrar y separar: el indígena. En este mes de elecciones leer este libro fue mucho más fuerte para mí y me pregunto cuál sería el impacto en el país si todos pudieran entrar en contacto con una historia como ésta.
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